Una goleada de libros en el fútbol colombiano
Diego Lasso.
Librero.
Hace algunos años cuando vi por primera vez las instalaciones de Christo el artista, no el crucificado, lo que más me gusto fue la inutilidad de su arte que demanda necesariamente la utilidad de tiempo, espacio, logística y creatividad para cubrir con sus “envolturas” desde la indómita naturaleza, iconos de la arquitectura, hasta islas rodeadas con una marea desenvuelta de olas rojas…
Pareciera que la riqueza de su arte contiene un ambiguo argumento y un ecléctico espíritu por provocar en la mirada de los peatones, una percepción del espacio y por ende la capacidad de reacción y sensibilidad de sus espectadores, quienes con atención o indiferencia juzgarán o criticarán tan desmedidos propósitos del artista.
Al fin y al cabo ellos no tienen que acudir a museos o pagar boletos para observar la obra de Christo, simplemente se dejarán llevar por su analítica curiosidad o demagógica desatención de la vida cotidiana.
Pero volviendo a la inutilidad de su arte, la sigo celebrando, porque a diferencia de la mayoría de bienes humanos que en la sociedad requieren de enorme utilidad y devaluada oferta axiológica de logros, las “envolturas” de Christo solo buscan la plusvalía del asombro colectivo.
Sumando aún más la inutilidad, ahora la fotografía no resta mi opinión, sino que agrega 18.000 personas desnudas posando ante el lente de Spencer Tunick en el Zócalo de México, donde el argumento por domesticar el espacio se desnuda por completo. En fin, como no soy ni artista, ni fotógrafo, no sigo extendiendo estas anodinas opiniones, pero si las defiendo para introducirme en el juego futbolístico de estas reflexiones.
A propósito de el evento que acaba de organizarse en Bogotá como capital mundial del libro, frase que me parece una broma literaria, me causa bastante ansiedad como librero que es lo que soy, el hecho que se repartan 40.000 libros entre los espectadores de un clásico de fútbol colombiano, donde todos los hinchas gritaron con el puño y con el obsequiado libro en la mano:
Gol… Goool…Gooool… Goooool… Gooooool…Gol…
No tengo idea cual fue el resultado del partido, ni quien gano, porque si perdió uno o gano el otro, se podría argumentar que hubo desconcentración literaria entre sus hinchas o ir más lejos y denunciar el arbitraje con el argumento poético de que estaba fuera de lugar, como metáfora a la ausencia de rigurosidad en el campo de juego.
Lo cierto y deportivo de esta historia donde la bola rueda con bastante agresividad, es la goleada de libros que le hicieron a los espectadores no los equipos de fútbol en contienda, sino un atrevido promotor cultural, que ideo con altura y albricia este desmedido proyecto a más de 2600 metros de altura como desafiando la baja estatura que en estos días la FIFA promueve y los lectores ya padecen.
Y haciendo uso de la memoria literaria y no futbolística, esta goleada me recordó la frase del escritor italiano Gestualdo Bufalino que dice:
“Los sociólogos van a los partidos de fútbol a mirar a los espectadores”.
De la misma forma como la publicidad de refrescos, chocolatinas, papitas, condones, loterias y hasta la venta de un digno funeral, requieren de un gran público, al fin en Bogotá los editores y promotores de la lectura se aventuraron a masificar el contacto con los libros.
Ya es hora que promocionar libros deje de ser un acto de timidez publicitaria, de presentaciones anónimas, donde hay más atención por el cóctel, que por el autor y el libro, ya es tiempo que el libro se libere de eufemismos literarios y se vista desde su publicación con el traje que más seduzca la comercialización.
Independiente de lo que su contenido trate de promocionar, su demanda necesita de ofertas más atrevidas, de espacios más multitudinarios, no veo porque, si artículos como la ropa intima necesitan de tantos senos en tantas vallas publicitarias, en tantas esquinas, en tantas carreteras, en tantos comerciales de televisión; un libro no pueda desnudar sus palabras en los mismos espacios con frases tan voluptuosas como:
No se me importa un pito...
que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de sorportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Oliverio Girondo
No estaría nada mal imaginarnos con la desmesurada creatividad de la inutilidad y con la contagiosa realidad de la utilidad, una valla publicitaria cada kilómetro; un comercial cada 5 minutos; un bus público transitando a toda hora y un ojo leyendo cada segundo en cualquier esquina, calle, carretera o televisor un anuncio:
Sin senos, ni nalgas, ni cerveza, ni cigarros, ni carros, ni viagra, ni detergentes, ni desodorante, ni dietas, ni balones… y con solo unas desnudas y monogámicas palabras:
Dos mil años y un solo Dios.
Friedrich Nietzsche